Miguel Brieva
“Las mujeres viejas estamos en la primera línea en todas las cuestiones de justicia social, no sólo las que se supone que nos afectan de forma más directa, como la sanidad o los servicios sociales. Nuestro objetivo es acabar con nuestra invisibilidad y con las actitudes discriminatorias que nos ignoran, nos banalizan y nos degradan.
María Ptqk, Berlín *
No hablamos de respeto, porque el respeto muchas veces está teñido de condescendencia. Hablamos de igualdad”. Quien se expresa así es Cynthia Rich, integrante junto a Mannie Garza y Janiec Keaffaber del colectivo activista Old Women Movement, fundado en San Diego, California, en 2001.
Old Women Movement surgió tras la muerte de Barbara MacDonald, ensayista y pionera en la lucha social contra el edadismo, una forma de discriminación tan invisible y arraigada que casi no se conoce ni su nombre. “El edadismo está muy interiorizado, incluso por personas que en otras cuestiones son progresistas y entre los propios viejos. Está tan metido en nuestros hábitos que ni siquiera sabemos reconocerlo”.
En su web, el colectivo señala algunos ejemplos de conductas típicamente edadistas, como preguntar sistemáticamente a las viejas por su salud, halagarlas diciendo que aparentan menos años o felicitarlas y sorprenderse cuando hacen algo que en personas de otra edad se considera normal, como acudir a manifestaciones o firmar manifiestos activistas.
Con el edadismo como eje, estas tres mujeres participan en los movimientos sociales californianos desde 2001. Su primera acción sentó las bases de la lucha contra la especulación inmobiliaria en San Diego, y en 2003 organizaron protestas contra la invasión de Iraq y un luto silencioso en varias fronteras internacionales en solidaridad con las mujeres iraquíes. “Llevamos años en esto y sin embargo hay compañeros que nos siguen haciendo comentarios condescendientes del tipo: ‘veamos si estas señoras necesitan algo’. Como si no pudiéramos ser más que personas dependientes”.
Discriminación
El edadismo no es sustancialmente distinto de otras formas de discriminación, como el racismo o la xenofobia, y buena parte del trabajo empieza por el lenguaje, por reivindicar el uso político de la palabra cargada de desprecio: vieja. “Es una descripción fáctica, no un insulto. Mientras siga siendo humillante que te llamen vieja seguirá siendo humillante ser una vieja”. Y también aquí el cuerpo es uno de los campos de batalla. “Se nos ha hecho creer que nuestros cuerpos son horribles y debemos avergonzarnos de ellos, que es natural que los otros sientan rechazo hacia nosotras y que todas las demás mujeres hacen cualquier cosa para no tener nuestro aspecto”. Rich insiste en que la discriminación por razón de la edad no afecta por igual a hombres y mujeres y que el edadismo es una forma de sexismo.
El mundo está gobernado por hombres viejos pero las mujeres de la misma edad se ven completamente excluidas de la esfera pública, encerradas en un estereotipo que las reduce a sus roles en la familia. Del mismo modo que en los ‘60 y los ‘70 se deconstruyó la idea social de la mujer, hoy es necesario deconstruir los estereotipos que pesan sobre las viejas. “Hasta hace poco las mujeres sólo existíamos dentro de la familia, como madres o esposas. La esposa modélica de los años ‘50 era sumisa, dependiente e inofensiva. Con nosotras pasa lo mismo. Estamos reducidas a la figura de la abuela, aunque ni siquiera tengamos nietos”. Claro que hay excepciones notables de mujeres que, pasados los ‘60, han llegado a puestos dominantes en la política o en la sociedad. Es lo que las Old Women Movement califican como ‘tokenismo’: permitir que personas de sectores marginados accedan a los privilegios del grupo dominante sirve para mantener el statu quo y hacer creer que no existe realmente un problema de discriminación.
“Las viejas somos el futuro”
Aunque las protagonistas de las revoluciones feministas en los ‘60 y los ‘70 hoy están llegando a viejas, el edadismo nunca ha formado parte de las agendas feministas. Faltan modelos de referencia, espacios en los que compartir experiencias y diálogo intergeneracional. “Las mujeres llegamos a viejas sin saber nada sobre la invisibilidad y la exclusión con las que vamos a encontrarnos. Y lo peor: habiendo interiorizado todos los estereotipos sociales edadistas”. En opinión de Rich es crucial que las mujeres entiendan que, al aceptar los estereotipos sociales sobre las viejas, se tienden una trampa futura a sí mismas. “El poco poder que pueda obtener una mujer por ser joven lo pierde por cada año que envejece. La de 30 pierde poder por no tener 20, la de 40 por no tener 30, etc. El edadismo desempodera a todas las mujeres, cualquiera que sea su edad”. En sus acciones, las Old Women Movement siempre acuden acompañadas de una gran muñeca con el rostro de la artista alemana Kathe Kollwitz y ataviadas con camisetas diseñadas por ellas mismas en las que se puede leer: “Las viejas somos vuestro futuro”. Un buen lema para empezar a mirarlas con ojos distintos.
Viejas en la sociedad del espectáculo
Asunción Fernández – Profesora en La UCM
Envejecer no es una buena cosa en un mundo donde el valor está en la capacidad para producir rentabilidades varias: valemos mientras consumimos, existimos mientras somos capaces de intervenir (de la forma más agresiva posible) en nuestro entorno, somos alguien en cuanto acaparamos bienes materiales o simbólicos… Los ancianos resultan desposeídos de casi todo esto, con las rentas en el límite de la dependencia, sin posibilidad de consumo y sin ser representados de manera positiva en el contexto significativo de los medios de comunicación.
Un tópico recurrente es decir que “el siglo XX ha sido el siglo de la revolución de las mujeres”, y, cuando decimos esto, contamos más de lo que esa frase aparentemente expresa, porque la ‘revolución de las mujeres’ va más allá de la consecución de la paridad política, la igualdad ante las leyes, el derecho al trabajo o al mismo salario. Supone el control del propio cuerpo y el cuestionamiento del imaginario que hacía que los principales valores de las mujeres fueran la juventud o la belleza. Ese sentido estaba en una obra clave del pensamiento contemporáneo, El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, publicada en 1949. El libro fue un auténtico escándalo editorial al atreverse a poner en evidencia que la realidad de las mujeres se debe sobre todo al contexto simbólico en la que la feminidad está envuelta.
21 años más tarde, en 1970, Beauvoir publica un nuevo libro: La vejez. Tiene 62 años y se declara ya una mujer mayor. La sinceridad de la autora es siempre conmovedora y también molesta. Nos habla de la vejez como discriminación y marginación, de justicia social y de la diferencia de hacernos mayores si somos hombres o mujeres, ricos o pobres, cultos o incultos, y señala además que la vejez es más terrible, si cabe, para las mujeres porque su valor social está basado en lo perecedero por excelencia: la belleza.
Con estas ideas, Beauvoir se anticipa a la realidad de principios del siglo XXI: en el año 2020 en Europa habrá 85 millones de personas ancianas que reclaman su derecho a una existencia digna. Y eso tiene que ver con el control de los recursos materiales, pero también con el derecho a ser representados con dignidad. Y en esto están resultando pioneras las asociaciones de mujeres para las que el feminismo es una plataforma de reivindicación de una vida plena y autónoma, y también artistas como Kiki Smith, Ana Casas, Alice Neil o Manabu Yamanaka, que se atreven a representar los cuerpos de las mujeres ancianas como cuerpos dignos de ser representados.
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Fonte: Periódico Diagonal Web, Jueves 2 de abril de 2009. Disponible Aquí