La función principal del médico de cuidados paliativos es el control del dolor. Alberto Pecznik sumó a su formación médica herramientas de la terapia psicoanalítica y trabaja con enfermos terminales, a quienes les brinda ayuda para procesar la situación límite en la que se encuentran. Bravuconadas, resistencias, gestos de omnipotencia, estallidos de agresividad y también demandas de afecto y amor son algunas de las situaciones que aparecen en sesiones en las que se presenta el tironeo entre la vida y la muerte.
Claudio Martyniuk / Foto: Nestor Garcia/Clarín
Pecznik cree que deberíamos prepararnos durante la vida desde una posición más realista, que no esconda la muerte. Su práctica le enseña a vivir el día a día. Y además pinta. Encuentra en la pintura un proceso de transformación personal y de recreación del mundo. Claro, terapia y arte están abiertos a la posibilidad de hallar nuevos sentidos y formas de trascender lo que se extingue.
¿Qué transformaciones emocionales trae el diagnóstico, por ejemplo, de cáncer? ¿Surge una dialéctica de esperanza-desesperanza?
Recibir el diagnóstico de cáncer es tremendamente difícil tanto para el paciente como para sus familiares. El sujeto desborda por el impacto emocional, por lo indigerible de la noticia. Esta situación traumática fractura su capacidad reflexiva. Aparecen el miedo, la angustia, la ansiedad, el temor, la desesperanza frente a la incertidumbre que provoca el saberse enfermo. Toma contacto con su propia muerte. Siente que comienza su propia guerra. Ya no son los otros los que mueren: ni conocidos, ni amigos. Tampoco la muerte es la representada por la TV como una muerte violenta. Esto produce una ruptura. Comienzan a convivir dos lógicas: una es la lógica de estar vivo, donde la muerte está negada; la otra es la lógica donde hay una toma de conciencia del saberse morir. Por un lado, se convive con las preocupaciones del mundo de los vivos. Por el otro, aparecen preguntas como ¿por qué a mí?, ¿qué me va a pasar?, ¿voy a morir? o ¿qué debo hacer?
¿Cómo se tolera esa tensión?
Se despierta una actitud violenta, y el receptor de la violencia es el mismo paciente que lucha para salir de esa tensión. Con una psicoterapia se abre la posibilidad de procesar eso que irrumpe.
¿Ese proceso lleva a una aceptación del desenlace?
En el proceso de enfermedad terminal surgen transformaciones que divido en dos grandes grupos. Uno es el de la transformación benigna, que incluye la aceptación de la muerte y la transformación creativa. En este caso, ante la muerte se pueden reconciliar las experiencias penosas e intentar darles un nuevo sentido. También se trata de la aceptación y valoración de nuestra transcendencia, eso de nosotros que quedará en los demás. En cambio, el proceso de transformación maligna incrementa la violencia y no ofrece posibilidades de cambio; manipula resultados; deforma y excluye la transformación a partir de los recursos de la familia y del paciente. En este proceso predomina el sufrimiento con odio.
Parece necesaria una fuerza vital ante el morir. ¿De dónde sacarla?
Es la fuerza de eros ante thanatos. Es necesaria una capacidad creadora para poder separarse de la vida. Esta separación se lograría a través de un proceso que incluya la aceptación, la reconciliación y la resignificación de lo que se está padeciendo.
Si la muerte no admite relatos, ¿por qué la necesidad de llenar el vacío con palabras? ¿Hay palabras mínimamente adecuadas para los que padecen?
No se trata de dar palabras ante la muerte cercana, sino de brindar significados. Ellos provienen del cuidado y del afecto, del alivio del dolor y de los síntomas angustiantes, del respeto de la autonomía de la persona y de la disminución de los impactos físicos y psicológicos. También surgen del reemplazo de la soledad y el aislamiento por la contención, la comprensión, el afecto y el alivio. Todo esto hace una verdadera diferencia y es lo significativo.
¿Cómo se percibe la propia muerte? ¿Qué implica vivir con conciencia de muerte?
Por lo general, a la propia muerte se la percibe vinculada al sufrimiento, a un mal vivenciado como injusto y cruel. A veces esta situación se personifica y remite a Dios, al destino, a la venganza de los otros. Hay narcisismo en este proceso. El narcisismo es el bastión más importante de la subjetividad. La percepción de la propia muerte es traumática ya que el yo resulta inundado, se vuelve incapaz de administrar el exceso de estímulos y evoca un estado primitivo de desvalimiento. Esto es vivenciado como un ataque violento a la ilusión narcisista inconsciente de la inmortalidad. Y la persona se encuentra en un duelo de características únicas: el objeto perdido será uno mismo. La percepción de la propia muerte cercana es una afrenta insalvable e insoportable, una situación traumática a la que se responde con lo más primitivo del psiquismo.
¿Entonces se niega la muerte?
¿Cómo no negar la propia muerte? Se fantasea con lo contrario deseado y se rechaza la percepción del malestar, equivalente a cercanía del final. Podemos comprender que la primera respuesta sea la violencia, aunque luego se logre una aceptación.
¿Qué es la distanasia? ¿Cómo lograr morir en el tiempo debido?
Existe una juridización de los tratamientos médicos y de la muerte. La eutanasia es el acto de poner fin a la vida del paciente en respuesta a su requerimiento de no continuar un camino de agonía. Distanasia, en cambio, es la prolongación exagerada del proceso de morir a través del empleo desproporcionado de medios terapéuticos. La ortotanasia, por fin, sería el morir a su debido tiempo. El proceso de llegar al final de la vida demanda recursos muchas veces no disponibles. Los pacientes agotan sus recursos y el sistema de salud los arroja de su supuesto paternalismo al “arréglese como pueda”. Les dice: “No tenemos cama”, “si no le dan la medicación en su prepaga u obra social, llame a un abogado e interponga un recurso de amparo”. Partiendo del principio de autonomía, principio bioético soberano, y si las circunstancias del paciente dan cuenta de sufrimientos y pérdida de la calidad de vida, ¿no tendría acaso derecho a no querer seguir viviendo así?
¿Cuál sería una buena muerte?
El concepto de bueno o malo es relativo a cada sujeto. Yo pienso que una buena muerte es aquella a la que se arriba luego de transitar un camino en el que se incluyó el cuidado activo del paciente, aliviando el dolor y los síntomas angustiantes, respetando el principio de autonomía, la decisión personal. Demanda una aceptación de la muerte y reconciliarse con las experiencias penosas intentando darles un nuevo sentido.
¿Qué es acompañar ese desamparo? ¿Enriquece hacerlo?
Acompañar a una persona que está muriendo es una experiencia tan desgastante como enriquecedora. Es una tarea que involucra a todo el ser de ambos, acompañante y acompañado. Requiere del que brinda acompañamiento una actitud no enjuiciadora, receptiva, cálida, cuidadosa, tratando de devolver al paciente y su familia la sensación de control, estimulando la capacidad de reordenar las cosas en una situación de caos. El acompañamiento contribuye a atenuar el sufrimiento, brinda apoyo emocional, informa y evita el desgaste en el cuidado crónico del paciente y sus familiares. Da apoyo y sostiene un marco de convivencia, detecta necesidades y previene mayores deterioros, mejora la comunicación con los familiares. Acompañar es incorporar al enfermo y la familia a un proceso en el que tienen que ser participantes activos.
¿Cómo se puede soportar el estar en contacto permanente con la inminencia de la muerte? ¿Qué compensación se encuentran? ¿Qué se aprende?
De no haber dolor y sufrimiento, nunca sería el momento para morir. Por lo general, la vida nunca alcanza, siempre nos parece corta. Saber de la posibilidad de la propia muerte no es igual a vivir con conciencia de muerte. Hablar de la muerte no es igual a hablar de la propia muerte. Pero ayudar a resignificar la vida en las personas que uno acompaña tiene como devolución la capacidad de resignificar la propia vida. Esto posiciona al individuo de una manera diferente frente a sí mismo. Todo pasa a ser efímero. Esta situación pone el acento en el aquí y ahora, en el valor de cada momento y de cada día. A veces lo logro, otras no.
¿Cómo valora la ley de muerte digna?
La ley restituye un derecho vinculado al principio de autonomía, que permite evitar el encarnizamiento terapéutico a través de la libre elección para rechazar tratamientos que prolonguen artificialmente la vida. De este modo se respeta la voluntad del paciente en decisiones que afecten la calidad de vida, ya que es un derecho inalienable elegir cómo queremos vivir y cómo quisiéramos morir.
Pero es muy difícil hablar de la muerte en nuestra época.
Los únicos valores que pondera la sociedad occidental -mercantilista, tecnificada y triunfalista- son los narcisistas. Estos son el poder, el lucro y la felicidad a cualquier costo. Hablar de muerte y de sufrimiento está vedado. La cultura en la que estamos inmersos nos lleva a un espacio pseudo alucinatorio donde el sujeto se cree omnipotente e inmortal. Es difícil, bajo estas condiciones, preparase para la muerte, y menos aún para la propia muerte. El sistema de salud no es ajenos a esto, ya que donde debió predominar “el procurar el mejor fin” predomina la incomunicación. Para ese sistema, la muerte sirve de enemigo e incomoda. El discurso médico adoptó un lenguaje guerrero, lucha contra la muerte como si fuera un enemigo más, y de eso sólo salen ganando el mercado y la industria farmacéutica. La muerte sobreviene únicamente cuando todos los tratamientos utilizables se han agotado, ya sabiendo la imposibilidad de restituir el estado de salud. Esto es vivido como un fracaso. Para llegar a esta situación, el sujeto se verá sometido a infinitos tratamientos y muertes parciales, como por ejemplo, la detención de la función renal, de la respiración, la muerte cerebral y finalmente la detención del corazón. Rara vez el sujeto muere directamente. La mayoría de las veces deberá pasar, según el decir profesional, “por una serie de lamentables acontecimientos.”
Fuente: Clarín, 10/03/2013. Acesse Aqui